Les escribo acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que conforme a los hombres descendía de David. Romanos 1.3
¿Tienes descendientes? ¿Qué esperas de ellos? En el Antiguo Testamento, si alguien moría sin dejar descendientes corría el riesgo de que su nombre desapareciera de la faz de la tierra. Por lo tanto, alguien debía hacer algo a fin de evitarlo, al menos darle algún hijo que lleve su nombre. Esto se conocía como la ley del levirato. En la Biblia hay muchas genealogías que trazan líneas ascendentes y descendentes. Dios mismo prometió a la primera mujer que un descendiente aplastaría la cabeza de la serpiente, aunque ésta le mordería el talón. Por eso, cada niño que nacía era visto como "el descendiente" que traería la salvación. Finalmente llegó ese descendiente del linaje de David, nacido en Belén, que cumplía las promesas hechas por Dios a lo largo de miles de años. Un descendiente que en lo humano provenía del linaje judío, pero que en el Espíritu era Hijo del mismo Dios. Su misión era traer la salvación de la humanidad mediante el perdón de los pecados y la resurrección de entre los muertos. Jesús dejó miles de descendientes, no según la carne pero sí según el Espíritu: todos los que creen en él son hechos hijos de Dios por el poder del Espíritu Santo, compartiendo así con ellos su naturaleza divina. De la misma manera, cada vez que nosotros compartimos el evangelio, el Espíritu puede engendrar la fe en la vida de muchas personas, hijos espirituales que llevarán la misma esperanza en la resurrección y la vida eterna. Gracias, Señor, por engendrar la fe en nuestros corazones y hacernos tus hijos y descendientes por el Espíritu Santo. Gracias porque al compartir tu Palabra, haces que más personas lleguen a la fe. Amén. Para reflexionar: * ¿Qué esperanzas proyectas en tus hijos y nietos? * ¿Por qué era tan importante demostrar la descendencia de Jesús del linaje de David? * Si eres el padre o la madre espiritual de alguna persona que llevaste a la fe: ¿qué esperas de ella? Rev. Omar Roberto Weber
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